Asado de frío y congelado de calor
Lo de "continental", además de ser un desayuno, es un tipo de clima que tenemos en la zona centro, consistente en un frío de pelarse en invierno, y un calor de cocerse en verano.
Por este motivo, cuando uno va por la calle a eso de las siete y media de la mañana, camino del trabajo, siempre piensa: "¡Qué bien estaría yo en la cama!"
En verano el sentimiento no es tan acusado, porque se disfruta del frescor matutino, pero en invierno, ¡ay, en invierno! Cómo se echa de menos el edredon calentido.
Es al pasar al lado de una zanja de obra, de esas que tanto abundan ahora en Madrid, cuando uno piensa en lo desafortunados que son los que trabajan al aire libre, sin aire acondicionado y sin calefacción, expuestos a lluvia, viento y sol.
Pero uno se da cuenta de lo poco fundado de este sentimiento de condescendencia con nuestros hermanos albañiles, cuando entra por la puerta de su oficina y sufre ese choque térmico de unos veinte grados con respecto al exterior.
La criogenización como medio de combatir el calor no es un buen método. La sauna para el frío, tampoco.
Experiencias como ésta me hacen pensar que el médico que hizo los estudios de confort térmico debe haber sido alumno del Doctor Menguele. Otra explicación no hay.
¿Quién puede admitir veintiún grados como una buena temperatura en verano, cuando hay más de cuarenta en la calle? ¿Y veintiocho para invierno, con cero o cinco en el exterior?
En todo esto sólo veo un despilfarro de dinero, energía y ánimos porque, al menos yo, con el calor me baja la tensión y me da sueño, y con el frío bajo ritmos y entro en hibernación.
Creo que esto de que la climatización es difícil, es un invento del técnico de mantenimiento para justificar que es muy necesario. De otro modo sería como un "desollinador" o algo así, limitándose a limpiar filtros, mientras que ahora es "el señor de los gradillos".
En fin, seguiremos con el jersey de lana en agosto y los tirantes en enero y, de paso, a ceder un poco más el agujero de la capa de ozono.
Por este motivo, cuando uno va por la calle a eso de las siete y media de la mañana, camino del trabajo, siempre piensa: "¡Qué bien estaría yo en la cama!"
En verano el sentimiento no es tan acusado, porque se disfruta del frescor matutino, pero en invierno, ¡ay, en invierno! Cómo se echa de menos el edredon calentido.
Es al pasar al lado de una zanja de obra, de esas que tanto abundan ahora en Madrid, cuando uno piensa en lo desafortunados que son los que trabajan al aire libre, sin aire acondicionado y sin calefacción, expuestos a lluvia, viento y sol.
Pero uno se da cuenta de lo poco fundado de este sentimiento de condescendencia con nuestros hermanos albañiles, cuando entra por la puerta de su oficina y sufre ese choque térmico de unos veinte grados con respecto al exterior.
La criogenización como medio de combatir el calor no es un buen método. La sauna para el frío, tampoco.
Experiencias como ésta me hacen pensar que el médico que hizo los estudios de confort térmico debe haber sido alumno del Doctor Menguele. Otra explicación no hay.
¿Quién puede admitir veintiún grados como una buena temperatura en verano, cuando hay más de cuarenta en la calle? ¿Y veintiocho para invierno, con cero o cinco en el exterior?
En todo esto sólo veo un despilfarro de dinero, energía y ánimos porque, al menos yo, con el calor me baja la tensión y me da sueño, y con el frío bajo ritmos y entro en hibernación.
Creo que esto de que la climatización es difícil, es un invento del técnico de mantenimiento para justificar que es muy necesario. De otro modo sería como un "desollinador" o algo así, limitándose a limpiar filtros, mientras que ahora es "el señor de los gradillos".
En fin, seguiremos con el jersey de lana en agosto y los tirantes en enero y, de paso, a ceder un poco más el agujero de la capa de ozono.